Mito en re menor KV626. Mozart

Franco.


La historia de la música –así como la historia en general- ha ido construyéndose con base en pequeños fragmentos que en ocasiones no terminan de esclarecer el contexto de los diferentes acontecimientos. Algunos compositores vivieron momentos o situaciones complicadas que por alguna controversia se han visto censuradas o simplemente se desconoce de cualquier indicio que sirva de evidencia y que esclarezca los sucesos.

Uno de los momentos históricos más importantes de la historia general de la música fue la muerte de Wolfang Amadeus Mozart, la cual se dio en el año de 1791, acontecimiento trágico para Europa, al menos en ese momento para sus familiares y amigos. Mozart nació en Salzburgo en el año de 1756. A la corta edad de cinco años ya mostraba una prodigiosa habilidad en el manejo de instrumentos como el piano y el violín, además de una proactiva necesidad por componer sus propias obras. A sus diecisiete años este personaje fue requerido de sus servicios y talento para trabajar en la corte de Salzburgo, pero dado su ímpetu que contrastaba con la voluntad de la corte, lo orillaron a migrar a Viena, donde encontraría la gloria y el descanso eterno.

Si bien en la actualidad casi cualquier interprete, cantante o compositor que se vea envuelto en algún tipo de controversia, es motivo de conversación por un par de días; si este pierde la vida su producción se ve reanimada en la inmediatez como muestra de aprecio y admiración; Pero para alguien como Mozart no hubiese sido posible sino hasta casi dos siglos posteriores, donde se revivió una de las grandes piezas no terminadas y junto con este un mito de su creación.

La pieza de la que se ha referido anteriormente es el Réquiem en re menor KV626, la cual creó el mito de que un hombre encapuchado de negro visitó el hogar de Mozart  para encargarle la pieza musical, la cual postergó para darle vida a otras operas como “La flauta mágica”; meses después regresó aquel encapuchado a recordarle de la misma, lo que el compositor tomó como un aviso de su pronta muerte.

El réquiem es una pieza musical dedicada a los difuntos, es conocida como “Misa de réquiem” (Missa por defunctis) en la liturgia romana. Una misa está compuesta por cinco cantos (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei) los cuales sirven de base para que el compositor dote de cuerpo y su propia esencia por medio de secuencia de réquiem, la cual se proyecta de manera única y poética. En el caso particular de esta pieza, se conoce que Mozart logró componer los 3 primeros movimientos (Introuitus, Kyrie y Sequentia). En esta ocasión se pretende abordar estos que tienen en sí mismas la carga de las últimas horas de trabajo de este gran genio.

1.- Introitos.

Marcado por la forma Adagio, que marca un ritmo e intensidad lenta, donde los instrumentos de cuerdas marcan una marcha a pasos lentos, como la sensación de que alguien constantemente te sigue de cerca, entre las sombras, esto acompañado por instrumentos de viento que incrementan la intensidad en diferentes momentos a manera del contacto divino. Posteriormente se escuchan voces, que desfasadas, cantan el mismo verso “Requiem aeternam dona eis” (concédeles el descanso eterno), a manera de diálogos con seres desconocidos que le rodean.

2.- Kyrie.

Se asemeja a una discusión que incrementa el ritmo y hace un juego de altibajos en las voces del coro en crescendo, advirtiendo acontecimientos venideros, algo parecido a los consejos y advertencias que el padre de Mozart le hacía llegar por cartas. Esta corta parte de la pieza no es sino una pequeña muestra de una abrumadora ambientación conseguida por reiteraciones  de melodía de las diferentes voces que cantan en distintos tonos, es casi como escuchar a su padre de forma repetida sobre algún sermón que, en medida en que se le hace le ignora, aumenta ese estado anímico.

3.- Sequentia.

Cantos de voces tan altas que cimbran el suelo, expresan su ira y no hacen más que aumentar en intensidad y ritmo, con algunas pausas solo para tomar aliento y comenzar casi con la misma intensidad, así es como se siente el “día de la ira”. Con forme evoluciona la pieza, se percibe una situación de apuro, casi escapando con una sensación de que algo o alguien te sigue. Al final de un exhausto esfuerzo terminas cayendo en un abismo y contigo aquella pesadilla también.

Se escucha una trompeta que te despierta del abrupto sueño, pero que construye una realidad alterna, no es en la que has crecido ni tampoco una pesadilla, es como pasear por un lugar sin tiempo ni espacio, como el limbo. Con cantos más bajos que altos se contempla una calma y entre escenas del pasado los pensamientos te incitan a la reflexión breve de lo que nunca se pensó, de lo que nunca se dijo.

En un momento se escuchan cantos que ruegan por el alma de algunos y por el castigo de otros, en este momento Mozart logra crear que cada voz entre en diferentes tiempos que comienza en Confutatis maledictis, pero que al final se unen en una sola frase flammis acribus addictus.

Con solo instrumentos de cuerda ambientaliza y prepara para las voces, que muy dolosas, cantan en coro Lacrimosa dies illa, mientras se crea la sensación de que un par de brazos te cargan e imitan la forma de una cuna, pero solo momentáneamente, hasta que logras sentir el duro y sólido cuerpo de tu lecho. Un gran suspiro se desprende de tu pecho mientras en coro se canta Amén. 🙏







Referencias.

Cristobal, C. (2001) Requiem de Mozart. Recuperado de: http://cristobaldemorales.net/content/requiem_mozart


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